La Ética de la Tierra (de Aldo Leopold (1887 - 1984)[1]
Cuando el semidiós Odiseo
regresó de las guerras de Troya, colgó de una sola cuerda a una docena de
jóvenes esclavas de su casa de quienes sospechaba que habían cometido faltas
durante su ausencia. Este ahorcamiento no involucró ningún cuestionamiento de
si era o no apropiado hacerlo. Las jóvenes eran de su propiedad, y la
disposición de la propiedad era entonces, como lo sigue siendo ahora, un asunto
de conveniencia sin considerar si es correcto o incorrecto.
Los conceptos de lo
correcto y lo incorrecto no eran desconocidos en la Grecia de Odiseo: fíjense
ustedes en la fidelidad de su esposa a través de los largos años antes que sus
galeras de negras proas surcaran finalmente los oscuros mares para regresar a
casa. La estructura ética de aquellos días incluía a las esposas, pero aún no
abarcaba a los sirvientes. Durante los tres mil años que han transcurrido desde
entonces, los criterios éticos se han extendido a muchos campos de la conducta,
a la vez que han disminuido en aquellos campos que solo se juzgan por
conveniencia.
La Secuencia Ética
Esta extensión de la
ética, estudiada hasta ahora solamente por los filósofos, es en realidad un
proceso en la evolución ecológica. Sus secuencias pueden ser descritas en
términos ecológicos tanto como filosóficos. Una ética, en términos ecológicos,
es una limitación a la libertad de acción en la lucha por la existencia. Una
ética, en términos filosóficos, es una diferenciación de la conducta social de
la antisocial. Estas son dos definiciones de una misma cosa. La cosa tiene su
origen en la tendencia de los grupos o individuos interdependientes a
desarrollar modos de cooperación. El ecólogo los llama simbiosis. La política y
la economía son simbiosis avanzadas en las que la libre competencia original ha
sido remplazada, en parte, por mecanismos cooperativos con un contenido ético.
La complejidad de
mecanismos cooperativos ha aumentado con el crecimiento de la densidad de la
población y de la eficacia de las herramientas. Era más sencillo, por ejemplo,
definir los usos antisociales de palos y piedras en la época de los
mastodontes, que los de las balas y los anuncios de propaganda en la era de los
motores.
La primera ética se ocupó
de la relación entre los individuos; el Decálogo de Moisés es un ejemplo. Las
extensiones posteriores se han ocupado de la relación entre el individuo y la
sociedad. La "regla de oro" trata de integrar al individuo a la
sociedad; la democracia trata de integrar la organización social al individuo.
Hasta ahora no hay una
ética que se ocupe de la relación del hombre con la tierra y con los animales y
las plantas que crecen sobre ella. La tierra, como las jóvenes esclavas de
Odiseo, se considera todavía como propiedad. La relación con la tierra sigue
siendo estrictamente económica, conllevando privilegios pero no obligaciones.
La extensión de la ética a
este tercer elemento del entorno humano es, si interpreto la evidencia
correctamente, una posibilidad evolutiva y una necesidad ecológica. Es el
tercer paso en una secuencia. Los primeros dos ya han sido dados. Algunos
pensadores, desde los tiempos de Ezequiel e Isaías, han sostenido que el saqueo
de la tierra no solo es inconveniente, sino equivocado. La sociedad, sin
embargo, no ha confirmado todavía esta creencia. Considero al movimiento
conservacionista actual como el embrión de dicha afirmación.
Una ética puede
considerarse como un tipo de guía para enfrentar situaciones ecológicas tan
nuevas o intrincadas o que involucren reacciones lejanas tales, que el camino
conveniente para la sociedad no sea discernible para el individuo promedio. Los
instintos animales constituyen, para el individuo, maneras de guiarse cuando
enfrenta tales situaciones. Las éticas posiblemente son para el individuo una
especie de instinto comunitario en vías de formación.
El Concepto de Comunidad
Todas las éticas que han
evolucionado hasta este momento descansan sobre una sola premisa: que el
individuo es un miembro de una comunidad cuyas partes son interdependientes.
Sus instintos lo incitan a competir por su lugar en esa comunidad, pero su
ética lo incita también a cooperar (tal vez para que pueda haber un lugar por
el cual competir).
La ética de la tierra
simplemente amplía los límites de la comunidad para incluir suelos, aguas,
plantas y animales, o colectivamente: la tierra. Esto parece sencillo: ¿acaso
no cantamos ya nuestro amor por, y nuestra obligación hacia la tierra de los
libres y la casa de los valientes? Sí, pero ¿qué y a quién amamos? Ciertamente
no al suelo, al que despreocupadamente mandamos río abajo. Ciertamente no a las
aguas, a las que no otorgamos otra función que hacer girar turbinas, mantener a
flote embarcaciones y llevarse las aguas de desecho. Ciertamente no a las
plantas, de las que exterminamos comunidades enteras sin inmutarnos.
Ciertamente no a los animales, de los cuales ya hemos exterminado muchas de las
más grandes y más bellas especies. Una ética de la tierra no puede, por
supuesto, evitar la alteración, el manejo y el uso de esos
"recursos", pero sí afirma su derecho a su continua existencia y, por
lo menos en ciertos lugares, a que su existencia continúe en un estado natural.
En suma, una ética de la tierra cambia el papel del Homo
sapiens: de conquistador de la comunidad de la
tierra al de simple miembro y ciudadano de ella. Esto implica el respeto por
sus compañeros-miembros y también el respeto por la comunidad como tal.
En la historia de la
humanidad hemos aprendido (eso espero) que el papel de conquistador es a final
de cuentas contraproducente. ¿Por qué? Porque en dicho papel está implícito que
el conquistador sabe, ex cátedra, qué hace que una comunidad camine como reloj,
qué y quién es valioso; qué y quién carece de valor en la vida comunitaria.
Pero siempre resulta que el conquistador no sabe ni lo uno ni lo otro, y esta
es la razón por la que sus conquistas finalmente se vienen abajo.
En la comunidad biótica
existe una situación paralela. Abraham sabía exactamente para qué era la
tierra: era para verter leche y miel gota a gota en la boca de Abraham. En la
actualidad, la seguridad con la que consideramos este supuesto es inversa al
nivel de nuestra educación.
El ciudadano común supone
hoy que la ciencia sabe qué hace que la comunidad camine como reloj: el
científico está igualmente seguro que no lo sabe. Él sabe que el mecanismo
biótico es tan complejo que es posible que su funcionamiento nunca se llegue a
comprender por completo.
Que el hombre es, de hecho,
solo un miembro de un equipo biótico queda demostrado por una interpretación
ecológica de la historia. Muchos acontecimientos históricos que hasta ahora se
han explicado solo en términos de acciones humanas eran, en realidad,
interacciones bióticas entre la gente y la tierra. Las características de la
tierra determinaron los hechos tan poderosamente como lo hicieron las
características de los hombres que vivían en ella.
Considérese, por ejemplo,
la colonización del valle del Mississippi. En los años que siguieron a la
Revolución había tres grupos compitiendo por su control: los pueblos nativos,
los comerciantes franceses e ingleses y los pobladores norteamericanos. Los
historiadores se preguntan qué hubiera pasado si los ingleses de Detroit
hubieran puesto un poco más de peso del lado de los indígenas en la frágil
balanza que decidió el resultado de la migración colonial hacia los cañaverales
de Kentucky. Hoy debemos ponderar el hecho de que los cañaverales, cuando son
sometidos a la particular mezcla de fuerzas representadas por la vaca, el
arado, el fuego y el hacha del pionero, se convierten en esa hierba sedosa y
azulada típica del estado de Kentucky. ¿Qué hubiera pasado si la sucesión
vegetal inherente a esta oscura y sangrienta tierra nos hubiera dado, bajo el
impacto de estas fuerzas, zarzas, arbustos espinosos o malezas inservibles? ¿Se
habrían quedado allí Boone y Kenton? ¿Habría habido tanto flujo migratorio
hacia Ohio, Indiana, Illinois y Missouri? ¿Se habría realizado la compra de
Louisiana o habría habido unión transcontinental de los nuevos estados? ¿Habría
habido una guerra civil?
Kentucky no fue más que
una frase en el drama de la historia. Comúnmente se nos dice qué trataron de
hacer los actores humanos de este drama, pero rara vez se nos dice que sus
éxitos (o fracasos) dependieron en alto grado de la reacción de suelos
particulares al impacto de las presiones ejercidas por quienes ocuparon esas
tierras. En el caso de Kentucky, ni siquiera sabemos de dónde vino el pasto
azul, si es una especie nativa o un "polizón" de Europa.
Compare los cañaverales
con aquello que la visión histórica nos dice acerca del sudoeste, donde los
pioneros eran igualmente valientes, ingeniosos y perseverantes. El impacto de
la ocupación en este lugar no trajo el pasto azul ni ninguna otra planta apta
para soportar los rigores y embates del uso pasado. Cuando esta región fue
dedicada al pastoreo, volvió a su estado primitivo pasando por etapas de
pastos, arbustos y hierbas cada vez más inservibles, hasta alcanzar la condición
de un equilibrio inestable. Cada desaparición de un tipo de plantas produjo
erosión; cada incremento en la erosión produjo aún más desapariciones de
plantas. El resultado actual es un deterioro progresivo y recíproco, no solo de
plantas y suelos, sino de la comunidad animal que subsiste en ellos. Los
primeros colonizadores no esperaban esto: algunos incluso cavaron zanjas en las
ciénagas de Nuevo México para acelerar su desecación. El proceso ha sido tan
sutil que pocos residentes de la región lo han percibido. Es casi invisible
para el turista, que hoy encuentra este arruinado paisaje encantador y lleno de
colorido (como en realidad lo es, pero que se asemeja muy poco a cómo era en
1848).
Este mismo paisaje ya
había sido "desarrollado" una vez antes, pero con resultados muy
diferentes. Los amerindios pueblo colonizaron el sudoeste en tiempos
precolombinos, pero ellos no poseían ganado de pastoreo. Su civilización
expiró, pero no porque su tierra expirara.
En la India se han poblado
regiones desprovistas de hierba tipo pastizal, aparentemente sin dañar la
tierra, a través de la sencilla práctica de llevarle el pasto a la vaca y no a
la inversa (¿Fue esto el resultado de una profunda sabiduría o fue tan solo
buena suerte? No lo sé).
En suma, la sucesión de
plantas ha marcado el curso de la historia; el pionero simplemente hizo
patente, para bien o para mal, qué sucesiones eran inherentes a la tierra. ¿Se
enseña la historia con este espíritu? Así ocurrirá una vez que el concepto de
tierra como comunidad penetre realmente nuestra vida intelectual.
La Conciencia Ecológica
La conservación es un
estado de armonía entre los hombres y la tierra. A pesar de casi un siglo de
propaganda, la conservación todavía marcha a paso de tortuga; el progreso en
esta área consiste, en su mayor parte, en consignas piadosas y oratoria
convencional. Todavía en los años 40, por cada paso que damos hacia adelante
damos dos pasos hacia atrás.
La respuesta usual a este
dilema es "más educación sobre conservación". Nadie discute esto,
pero ¿es verdad que solo necesita incrementarse la "cantidad" de
educación? ¿No faltará algo también en el "contenido"?
Resulta difícil presentar
un resumen adecuado de su contenido en forma breve, pero, a mi entender, el
contenido es esencialmente este: obedezca la ley, vote correctamente, afíliese
a algunas organizaciones y practique la conservación que sea rentable en su
propia tierra; el gobierno hará el resto.
¿No será esta fórmula
demasiado fácil para lograr algo que valga la pena? Esta no define lo que está
bien o mal; no asigna obligaciones ni pide ningún sacrificio; tampoco implica
cambio alguno en la filosofía de los valores actuales. Con respecto al uso de
la tierra, solo demanda un lúcido interés personal. Pero ¿cuan lejos nos
llevará dicha educación? El siguiente ejemplo tal vez nos provea una respuesta
parcial.
En 1930 había quedado
claro para todos, excepto para la gente ecológicamente ciega, que la capa
superficial del suelo del sudoeste de Wisconsin se estaba perdiendo hacia el
mar. En 1933 se dijo a los granjeros que si adoptaban ciertas prácticas
correctivas durante cinco años, el sector público donaría la mano de obra
además de la maquinaria y los materiales necesarios. La oferta fue aceptada
ampliamente, pero las prácticas se olvidaron casi por completo cuando terminó
el contrato por cinco años. Los granjeros solo continuaron con aquellas
prácticas que les producían una ganancia económica inmediata y visible para
ellos mismos.
Esto condujo a la idea de
que tal vez los granjeros aprenderían con mayor rapidez si ellos mismos
escribían las reglas. Por consiguiente, en 1937, la Legislatura de Wisconsin
aprobó la Ley del Distrito de Conservación del Suelo. Esta, en efecto, decía a
los granjeros: "Nosotros, el sector público, les proporcionaremos servicio
técnico gratuito y les prestaremos maquinaria especializada si ustedes elaboran
sus propias reglas para el uso de la tierra. Cada condado podrá redactar sus
propias reglas y estas tendrán fuerza de ley". Casi todos los condados se
organizaron rápidamente para aceptar la ayuda propuesta, pero, después de una
década de operación, "ningún condado ha escrito todavía una sola
regla". Ha habido progresos visibles en prácticas tales como el cultivo de
granos, el mejoramiento de praderas y la aplicación de cal al suelo, pero no en
el cercado de áreas de reserva de protección de bosque para protegerlas del
pastoreo, ni en la exclusión del arado ni del ganado en laderas con pendientes
pronunciadas. En suma, los granjeros han seleccionado aquellas prácticas
correctivas que de todas maneras les eran rentables e ignoraron aquellas que
eran beneficiosas para toda la comunidad pero no eran claramente rentables para
ellos mismos.
Cuando alguien pregunta
por qué no se han escrito reglas, se responde que la comunidad todavía no está
preparada para apoyarlas; la educación debe preceder a las reglas. Pero la
educación que realmente está en marcha no menciona ninguna obligación hacia la
tierra que esté por encima de aquellas dictadas por el interés propio. El
resultado neto es que tenemos más educación pero menos suelo, menos bosques
saludables y tantas inundaciones como en 1937.
Lo desconcertante de tales
situaciones es que en proyectos con comunidades rurales, tales como el
mejoramiento de caminos, escuelas, iglesias y equipos de béisbol, se da por
hecho que existen obligaciones que se hallan por encima del interés propio. En
cambio, su existencia no se da por hecho ni tampoco se discute seriamente
cuando se trata de mejorar el destino del agua que cae sobre la tierra, o para
preservar la belleza o la diversidad del paisaje agrícola. La ética del uso de
la tierra está todavía completamente gobernada por el interés económico propio,
tal como ocurría con la ética social hace un siglo.
Para resumir, le pedimos
al agricultor que hiciera lo que pudiera según su conveniencia para salvar su
suelo, y él ha hecho eso y solamente eso. El granjero que tala los bosques en
una ladera con 75 % de pendiente y lleva luego su ganado a ese claro,
provocando que el agua de lluvia, las rocas y el suelo sean arrastrados por el
riachuelo de la comunidad, sigue siendo un miembro respetado por la sociedad
(si es decente en los otros aspectos de su vida). Si agrega cal a sus campos y
siembra sus cultivos siguiendo las curvas de nivel, él continúa teniendo
derecho a todos los privilegios y subvenciones que le otorga su distrito para
la conservación del suelo. El distrito es una hermosa pieza de maquinaria
social, pero está funcionando con dificultad porque hemos sido demasiado
tímidos y demasiado ansiosos en nuestros anhelos por éxito rápido, para
indicarle al granjero la verdadera magnitud de sus obligaciones. Las
obligaciones no significan nada sin una conciencia, y el problema que
enfrentamos es cómo extender la conciencia social de la gente hacia la tierra.
Nunca se ha logrado un
cambio importante en la ética sin un cambio interno en nuestras prioridades
intelectuales, lealtades, afectos y convicciones. La prueba de que la
conservación todavía no ha tocado estos fundamentos de la conducta radica en el
hecho que ni la filosofía ni la religión todavía se ha ocupado de ella. En
nuestro intento por facilitar la conservación, la hemos vuelto trivial.
Sustitutos para una Ética de la Tierra
Cuando la lógica de la
historia tiene hambre de pan y nosotros le ofrecemos una piedra, encontramos
dificultades para explicar cuánto se parece la piedra al pan. Ahora describiré
algunas de las piedras que empleamos como sustituto de una ética de la tierra.
Una debilidad básica en un
sistema de conservación basado completamente en motivaciones económicas es que
la mayoría de los miembros de la comunidad de la tierra no posee valor
económico. Las flores silvestres y las aves canoras son ejemplos de esto. De
las 22.000 plantas vasculares y animales superiores nativos de Wisconsin, es
dudoso que más del 5 % pueda venderse, comerse, usarse como forraje o que pueda
dársele algún uso económico. Sin embargo, estas criaturas son miembros de la
comunidad biótica, y si (como yo lo creo) su estabilidad depende de su
integridad, tienen derecho a seguir existiendo.
Cuando una de estas
categorías no económicas se ve amenazada, y si ocurre que la amamos, inventamos
subterfugios para atribuirle importancia económica. A principios de siglo XX se
pensaba que las aves canoras estaban desapareciendo. Los ornitólogos salieron
al rescate aduciendo pruebas singularmente dudosas que los insectos nos
comerían si los pájaros no los controlaban. Las razones aducidas tenían que ser
económicas para ser válidas.
Resulta doloroso leer
estos circunloquios hoy en día. Todavía no tenemos una ética de la tierra, pero
por lo menos estamos cerca de admitir que las aves debieran seguir viviendo por
un derecho biótico, independientemente de la presencia o ausencia de provecho
económico para nosotros.
Existe una situación
paralela con respecto a los mamíferos depredadores, las aves de rapiña y las
aves que se alimentan de peces. Hubo un tiempo en que los biólogos de alguna
manera sobrevaloraron las pruebas de que estas criaturas conservan la salud de
los animales de caza matando a los más débiles, o que controlan los roedores en
beneficio del granjero, o que solo depredan especies "sin valor".
Aquí, nuevamente, las razones tenían que ser económicas para poder ser válidas.
Solo en años recientes hemos escuchado el razonamiento más honesto que los
depredadores son miembros de la comunidad, y que ningún interés particular
tiene el derecho de exterminarlos para obtener algún beneficio, real o
imaginario, para sí mismo. Por desgracia, este lúcido punto de vista está aún en
etapa de discusión. En el campo, el exterminio de depredadores simplemente
continúa: piénsese en la inminente desaparición del lobo gris norteamericano
con autorización del Congreso, de las oficinas para la conservación y muchos
cuerpos legislativos estatales.
Algunas especies de
árboles han sido "borradas del mapa" por silvicultores movidos por
intereses económicos debido a que crecen demasiado lento o porque tienen un
valor comercial muy bajo como material de construcción: el cedro blanco, el
alerce norteamericano, el ciprés, la haya y el abeto son algunos ejemplos. En
Europa, donde la silvicultura está más avanzada desde el punto de vista
ecológico, las especies de árboles no comerciales se reconocen como miembros de
la comunidad forestal nativa, para ser conservadas como tales, dentro de los
límites razonables, además, se ha descubierto que algunas de ellas (como la
haya) cumplen una valiosa función que favorece la fertilidad del suelo. La
interdependencia del bosque y las especies de árboles que lo constituyen, la
flora del suelo y la fauna, se da por hecho.
La falta de valor
económico a veces no es una característica tan solo de especies o de grupos de
especies, sino de comunidades bióticas completas: pantanos, ciénagas, dunas y
"desiertos" son algunos ejemplos. Nuestra fórmula en tales casos es
delegar su conservación al gobierno como refugios, monumentos o parques. La
dificultad estriba en que esas comunidades bióticas están generalmente
entremezcladas con tierras privadas más valiosas; el gobierno posiblemente no
puede apropiarse o controlar esas parcelas dispersas. El resultado neto es que
hemos condenado a algunas de ellas a la extinción total a lo largo de vastas
extensiones. Si el propietario privado tuviera una mentalidad ecológica,
estaría orgulloso de ser el guardián de una porción razonable de dichas áreas,
que agregan diversidad y belleza a su granja y a su comunidad.
En algunas ocasiones se ha
demostrado que la supuesta carencia de rentabilidad en estas áreas
"inservibles" no es tal, pero solo una vez que se ha destruido la
mayor parte de ellas. La campaña actual para restituir el agua a los pantanos
donde habita la rata almizclera es un ejemplo ilustrativo.
Existe una clara tendencia
en la conservación estadounidense a delegarle al gobierno todas las tareas
necesarias que los terratenientes privados no llevan a cabo. En la actualidad,
el gobierno posee, opera, subsidia y regula ampliamente la silvicultura, el
manejo de cadenas montañosas, de suelos y cuencas, la conservación de parques y
áreas vírgenes, el control de la pesca y de las aves migratorias; y seguramente
gestionará más rubros en el futuro. La mayor parte de este crecimiento en la
conservación a cargo del gobierno es adecuado y lógico; y algunos de estos
aspectos son inevitables. El que yo no lo desapruebe está implícito en el hecho
que he pasado la mayor parte de mi vida trabajando para el gobierno. Sin
embargo, surge la pregunta: ¿cuál es la verdadera magnitud de este trabajo?
¿Cubrirán los impuestos sus ramificaciones futuras? ¿En qué momento la
conservación gubernamental se volverá inválida, como el mastodonte, por sus
enormes dimensiones? La respuesta, si la hay, parece estar en una ética de la
tierra, o en alguna otra fuerza que imponga más obligaciones al terrateniente
privado.
Los propietarios y los
usuarios de tierra industrial, especialmente madereros y ganaderos, tienden a
lamentarse continua y ruidosamente sobre las extensiones de las posesiones del
gobierno y su regulación de la tierra; pero (con notables excepciones) muestran
poca disposición para desarrollar la única alternativa que podemos vislumbrar:
la práctica voluntaria de la conservación en sus propias tierras.
Cuando hoy se le pide al
terrateniente privado que realice alguna acción no lucrativa para bien de la
comunidad, él acepta, pero con la mano extendida. Si esa acción le cuesta
dinero, es justo y apropiado que reciba subsidio; pero cuando cuesta solo
previsión, mentalidad abierta o tiempo, el asunto se vuelve por lo menos
discutible. El abrumador crecimiento de subsidios al uso de la tierra en años
recientes debe atribuirse, en gran parte, a las propias agencias del gobierno
encargadas de impartir educación sobre conservación: las oficinas de tierras,
escuelas agrícolas y universidades y los servicios de extensión. Hasta donde
puedo detectar, no se enseña ninguna obligación ética hacia la tierra en dichas
instituciones.
Para resumir, un sistema
de conservación basado solamente en un interés económico individual, es
irremediablemente desequilibrado. Tiende a ignorar, y por lo tanto a eliminar
eventualmente muchos elementos de la comunidad de la tierra que carecen de
valor comercial, pero que son esenciales (hasta donde sabemos) para su sano
funcionamiento. Se supone de manera errónea, en mi opinión, que las piezas económicas
del reloj biótico funcionarán sin las piezas no económicas. Se tiende a delegar
en el gobierno muchas funciones que son a la larga demasiado extensas,
complicadas o diversas como para que pueda realizarlas.
Una obligación ética por
parte del propietario privado es el único remedio que podemos vislumbrar para
estas situaciones.
La Pirámide de la Tierra
Una ética para
complementar y guiar la relación económica con la tierra presupone la
existencia de alguna imagen mental de la tierra concebida como un mecanismo
biótico. Solo podemos actuar éticamente en relación con aquello que podemos
ver, sentir, comprender, amar o "de algún modo" tener fe.
La imagen que se emplea
comúnmente en educación sobre la conservación es "el equilibrio de la
naturaleza". Por razones demasiado extensas para ser detalladas aquí, esta
metáfora no describe con precisión cuan poco sabemos acerca del mecanismo de la
tierra. Una metáfora mucho más veraz es la que se emplea en ecología: la de
pirámide biótica. Primero describiré la pirámide como un símbolo de la tierra y
después desarrollaré algunas de sus implicaciones en términos de uso de la
tierra.
Las plantas absorben
energía del sol. Esta energía fluye a través de un circuito llamado biota, que
puede ser representado por una pirámide formada por capas o niveles. El nivel
de la base es el suelo. Una capa de plantas descansa sobre el suelo; una capa
de insectos, sobre las plantas; una capa de pájaros y roedores sobre los
insectos, y así sucesivamente se asciende a través de varios grupos animales
hasta llegar al nivel superior, constituido por los grandes carnívoros.
Las especies dentro de un
nivel son similares no por su origen o por su morfología, sino por lo que
comen. Cada nivel sucesivo depende de los niveles inferiores para su alimento y
a menudo para otros servicios, y a su vez cada nivel proporciona alimento y
servicios para los niveles superiores. A medida que ascendemos, cada nivel
presenta menor abundancia numérica. Por lo tanto, para cada carnívoro hay
cientos de presas de las cuales proveerse; esta a su vez cuenta con miles,
millones de insectos, innumerables plantas. La forma piramidal del sistema
refleja esta progresión numérica desde la cima hasta la base. El hombre
comparte un nivel intermedio con los osos, los mapaches y las ardillas, que
comen tanto carne como vegetales.
Las líneas de dependencia
para la alimentación y otros servicios se llaman cadenas alimenticias. Así,
suelo-roble-venado-indio es una cadena que hoy ha sido reemplazada por la
cadena suelo-maíz-vaca-granjero. Cada especie, incluidos nosotros mismos, es un
eslabón en muchas cadenas. El venado come cientos de plantas además del roble,
y la vaca cientos de plantas además del maíz. Así, ambos son eslabones en
centenas de cadenas. La pirámide es una maraña de cadenas tan compleja que
parece desordenada; sin embargo, la estabilidad del sistema demuestra que se
trata de una estructura altamente organizada. Su funcionamiento depende de la
cooperación y la competencia entre sus diversas partes.
Al principio, la pirámide
de la vida era baja y achatada; las cadenas alimenticias eran cortas y simples.
La evolución ha añadido capa tras capa, eslabón tras eslabón. El hombre es uno
de los miles de los componentes que se han sumado a la altura y la complejidad
de la pirámide. La ciencia nos ha planteado muchas dudas, pero nos ha dado, por
lo menos, una certeza: la tendencia de la evolución es a elaborar y
diversificar la biota.
La tierra, entonces, no es
solamente suelo; ella es una fuente de energía que fluye a través de un
circuito de suelos, plantas y animales. Las cadenas alimenticias son los
canales vivientes que conducen la energía hacia arriba; la muerte y la
descomposición la regresan al suelo. El circuito no está cerrado: parte de la
energía se disipa en la descomposición; otra parte se añade por absorción desde
el aire; otra se almacena en los suelos, las turbas y en bosques longevos; sin
embargo, es un circuito sostenido como un fondo turbulento de vida que aumenta
lentamente. Siempre hay una pérdida neta por el deslave cuesta abajo, pero
normalmente es pequeña y la compensa la desintegración de las rocas. Ese
material se deposita en el océano y, en el curso del tiempo geológico, resurge
para formar nuevas tierras y nuevas pirámides.
La velocidad y el carácter
del flujo ascendente de energía dependen de la compleja estructura de la
comunidad de plantas y animales, tanto como el flujo ascendente de savia en un
árbol depende de su compleja organización celular. Sin esta complejidad, la
circulación normal probablemente no ocurriría. La estructura de la comunidad
está definida por el número característico de especies, funciones y tipos
característicos de las especies componentes. Esta interdependencia entre la
compleja estructura de la tierra y su continuo funcionamiento como una unidad
de energía es uno de sus atributos básicos.
Cuando ocurre un cambio en
alguna parte del circuito, muchas otras partes tienen que ajustarse también. El
cambio no necesariamente obstruye o desvía el flujo de energía. La evolución es
una larga serie de cambios autoinducidos, cuyo resultado final ha sido elaborar
el mecanismo de flujo y alargar el circuito. Los cambios evolutivos, sin
embargo, son por lo general lentos y locales. La invención de las herramientas
por el hombre le ha permitido hacer cambios de una violencia, rapidez y alcance
sin precedentes.
Uno de esos cambios está
en la composición de floras y faunas. Los grandes depredadores han sido
expulsados de la cima de la pirámide; por primera vez en la historia, las
cadenas alimenticias se acortan en lugar de alargarse. Las especies domesticas
sustituyen a las especies silvestres locales, y las especies silvestres son
desplazadas hacia nuevos habitats. En este intercambio mundial de floras y
faunas, algunas especies rebasan los límites de sus territorios en forma de
plagas o enfermedades mientras otras se extinguen. Tales efectos rara vez son
intencionales o previstos; ellos representan reajustes impredecibles en la
estructura y con frecuencia son inescrutables. La ciencia de la agricultura es
en gran medida una carrera entre el surgimiento de nuevas plagas y el
surgimiento de nuevas técnicas para controlarlas.
Otro de esos cambios
modifica el flujo de energía a través de plantas y animales y su regreso al
suelo. La fertilidad es la capacidad del suelo para recibir, almacenar y
liberar energía. La agricultura, por el uso excesivo del suelo o por una
sustitución radical de especies nativas por domésticas en la superestructura,
puede alterar los canales de flujo de energía o agotar la energía almacenada.
Los suelos que han sufrido agotamiento o que han sido despojados de la materia
orgánica que fija la energía se deslavan más rápidamente de lo que se forman.
Esto es la erosión.
Las aguas, como el suelo,
son parte del circuito de energía. La industria, al contaminar las aguas o al
obstruir su flujo con represas, puede eliminar plantas y animales necesarios
para mantener la energía en circulación.
El transporte humano trae
consigo otro cambio básico: ahora las plantas o los animales que crecen en una
región se consumen y regresan al suelo en otra región. El transporte lleva la
energía almacenada en las rocas y en el aire y la utiliza en otros lugares;
así, fertilizamos el jardín con nitrógeno procedente del guano de las aves que
han comido peces en mares al otro lado de la línea ecuador. De esta manera, los
circuitos que antes eran localizados e independientes, se entremezclan a escala
mundial.
El proceso de alteración
de la pirámide debido a la ocupación humana libera la energía almacenada, y
esto con frecuencia da lugar, cuando llegan los primeros colonizadores, a una
engañosa exuberancia de vida vegetal y animal, tanto silvestre como doméstica.
Esas liberaciones de capital biótico tienden a enmascarar o posponer las
consecuencias negativas de tal violencia.
Este bosquejo práctico de
la tierra como un circuito de energía conlleva tres ideas básicas:
1) Que la tierra no es tan solo suelo,
2) Que las especies de plantas y animales nativos
mantuvieron abierto el circuito de energía; otras especies pueden mantenerlo
así o no, y que
3) Que los cambios provocados por el hombre son
de un orden diferente al de los cambios evolutivos, y tienen efectos más
amplios de los que el ser humano propone o visualiza.
Estas ideas,
colectivamente, plantean dos preguntas básicas: ¿puede la tierra ajustarse por
sí misma al nuevo orden? ¿Pueden lograrse los cambios deseados con menos
violencia?
Las biotas parecen diferir
en su capacidad para mantener la conversión violenta. Europa occidental, por
ejemplo, tiene una pirámide muy diferente a la encontrada por César. Han
desaparecido algunos animales grandes; los bosques pantanosos se han convertido
en praderas o tierras de cultivo; se han introducido muchas plantas y animales
nuevos, muchos de los cuales han escapado en forma de plagas; las especies
nativas remanentes han cambiado en gran medida en distribución y abundancia.
Con todo, el suelo está todavía ahí y, con la ayuda de nutrientes importados,
sigue siendo fértil; las aguas fluyen normalmente, la nueva estructura parece
funcionar y persistir. No se perciben interrupciones o alteración visible del
circuito.
Europa occidental, por lo
tanto, tiene una biota resistente. Sus procesos internos son robustos,
elásticos, resistentes a la presión que reciben. No importa cuan violentas sean
las alteraciones, la pirámide ha logrado desarrollar hasta ahora nuevos modus vivendi que
preservan su habitabilidad para el hombre y la mayoría de las otras plantas y
animales nativos.
Japón parece presentar
otro ejemplo de conversión radical sin desorganización.
La mayoría de las demás
regiones civilizadas, y también algunas que han sido apenas tocadas por la
civilización, exhiben diversos grados de desorganización desde los síntomas
iniciales hasta la devastación avanzada. En Asia Menor y el norte de África el
diagnóstico es confuso debido a los cambios climáticos, pues estas pudieron
haber sido la causa o el efecto del alto grado de destrucción. En los Estados
Unidos de América el grado de desorganización varía según la localidad; es peor
en el sudoeste, en Ozark y en algunos lugares del sur, y menor en Nueva
Inglaterra y en el noroeste. Con un mejor uso de la tierra, todavía es posible
detener el daño en las regiones menos avanzadas. En algunas partes de México,
Sudamérica, Sudáfrica y Australia está en marcha un deterioro violento y
acelerado cuyas perspectivas no puedo evaluar.
Este despliegue casi
mundial de desorganización en la tierra parece ser semejante a la enfermedad en
un animal, excepto porque esta nunca culmina en la desorganización total o en
la muerte. La tierra se recupera, pero en un nivel de complejidad más bajo y
con una menor capacidad de carga para mantener gente, plantas y animales.
Muchas biotas actualmente consideradas "tierras de oportunidades"
siguen todavía subsistiendo gracias a que son sometidas a una explotación
agrícola intensiva; es decir, han rebasado su capacidad de carga sostenida. La
mayor parte de Sudamérica está sobrepoblada en este sentido.
En regiones áridas
intentamos compensar el proceso de deterioro por medio de la recuperación de la
tierra, pero es demasiado evidente que la presunta longevidad de los proyectos
de recuperación suele ser efímera. En el occidente de Estados Unidos los
mejores proyectos no alcanzarían a durar ni siquiera un siglo.
La evidencia combinada de
la historia y la ecología parece apoyar una deducción general: mientras menos
violentos sean los cambios hechos por el hombre, mayor será la probabilidad de
que ocurra un reajuste exitoso en la pirámide. La violencia, a su vez, varía con
la densidad de la población humana; una población densa requiere una conversión
más violenta. A este respecto, Norteamérica tiene una mayor oportunidad de
permanencia que Europa, si logra limitar su densidad demográfica.
Esta deducción contradice
nuestra filosofía actual que supone que si un pequeño incremento en densidad
enriqueció la vida humana, un aumento ilimitado la enriquecerá indefinidamente.
La ecología no conoce ninguna relación de densidad que se mantenga para límites
indefinidamente altos. Todas las ganancias provenientes de la densidad están
sujetas a una ley de utilidad decreciente.
Cualquiera que sea la
ecuación empleada que describa la relación entre los hombres y la tierra, es
improbable que conozcamos ya todos sus términos. Descubrimientos recientes
acerca de minerales y vitaminas en la nutrición revelan dependencias
insospechadas en el circuito ascendente: cantidades increíblemente minúsculas
de ciertas sustancias determinan el valor de los suelos para las plantas, y el
de las plantas para los animales. ¿Y qué sucede con el circuito descendente?
¿Qué pasa con las especies en desaparición, cuya preservación consideramos hoy
un lujo estético? Ellas ayudaron a formar el suelo; ¿en qué formas
insospechadas pueden ser esenciales para su mantenimiento? El profesor Weaver
propone que usemos flores silvestres de pradera para la refloculación de los
suelos erosionados de las regiones que sufrieron el "dust bowl";
¿quién sabe para cuál propósito se podría utilizar en el futuro a las grullas y
los cóndores, las nutrias y los osos grises?
La Salud de la Tierra y la División A-B
Una ética de la tierra
refleja, entonces, la existencia de una conciencia ecológica y esta, a su vez,
refleja una convicción de responsabilidad individual por la salud de la tierra.
La salud es la capacidad de la tierra para autorregenerarse. La conservación es
nuestro esfuerzo por entender y preservar esta capacidad.
Los conservacionistas se
destacan por sus discrepancias. Superficialmente, parecería que estas
discrepancias solo aumentan la confusión, pero un examen más cuidadoso revela
un único plano de división, común a muchos campos especializados. En cada
campo, un grupo (A) considera a la tierra solo como suelo y su función como
productora de mercancías; otro grupo (B) considera a la tierra como una biota y
su función como algo más amplio. ¿Cuánto más amplio? Eso es algo que
ciertamente está todavía en un estado de duda y confusión.
En mi propio campo, la
silvicultura, el grupo A está bastante satisfecho cultivando árboles como si
fueran repollos, con la celulosa como el producto forestal básico. No siente
inhibición alguna frente a la violencia; su ideología es agronómica. Por otra
parte, el grupo B considera a la silvicultura como algo fundamentalmente
diferente de la agronomía porque emplea especies naturales y maneja un ambiente
natural en lugar de crear uno artificial. El grupo B prefiere la reproducción
natural en principio. Tanto por razones bióticas como económicas, se preocupa
por la pérdida de especies como el castaño y por la amenaza de pérdida de los
pinos blancos. Se interesa por toda una serie de funciones forestales
secundarias: fauna silvestre, recreación, cuencas hidrológicas, áreas
silvestres. A mi juicio, el grupo B siente la inquietud de conciencia ecológica.
En el campo de la fauna
silvestre existe una división paralela. Para el grupo A las mercancías básicas
son el deporte y la carne: la producción se mide por el número de faisanes
cazados y el número de truchas capturadas. La propagación artificial es aceptable
como un recurso tanto permanente como temporal (si sus costos por unidad lo
permiten). El grupo B, por otra parte, se preocupa por una serie de cuestiones
bióticas colaterales. ¿Cuál es el costo que se debe pagar, en términos de
depredadores, para producir una cosecha de animales de caza? ¿Debemos recurrir
más a menudo a las especies exóticas? ¿Cómo puede el manejo restaurar especies
disminuidas como el urogallo de pradera, ya casi desaparecido como ave de caza?
¿Cómo puede el manejo restaurar especies raras amenazadas, como el cisne
trompetero o la grulla chillona? ¿Pueden extenderse los principios de manejo a
la flora silvestre? Resulta claro para mí que aquí también tenemos la misma
división A-B que existe en la silvicultura.
En el campo más amplio de
la agricultura tengo menos autoridad para hablar, pero parece haber allí
también divisiones en algún sentido paralelas. La agricultura científica se
estaba desarrollando activamente antes que naciera la ecología, por lo tanto
cabe esperar que los conceptos ecológicos penetren más lentamente. Además, el
agricultor, por la naturaleza misma de sus técnicas, debe modificar la biota
más radicalmente que el silvicultor o el manejador de fauna silvestre. No
obstante, hay muchos descontentos en la agricultura que parecen sumarse a una
nueva visión de "cultivo biótico".
Quizás el más importante
de ellos es la nueva evidencia de que el peso o el volumen no son medidas del
valor alimenticio de los cultivos agrícolas; los productos de un suelo fértil
pueden ser superiores tanto cualitativa como cuantitativamente. Es posible
elevar el peso de las cosechas obtenidas en suelos agotados agregando
fertilizantes importados, pero eso no enriquece necesariamente su valor
alimenticio. Las posibles ramificaciones finales de esta idea son tan inmensas
que debo dejar su exposición a escritores más capacitados.
El movimiento alternativo
que se autodenomina "cultivo orgánico", aunque posee ciertos rasgos
propios de un culto, tiene sin embargo una orientación biótica en su dirección,
particularmente insiste en la importancia del suelo, la flora y la fauna.
Los fundamentos ecológicos
de la agricultura son tan poco conocidos para el público, como lo son otras
áreas del uso de la tierra. Por ejemplo, pocas personas educadas se dan cuenta
de que los maravillosos avances técnicos realizados durante décadas recientes,
significan mejoras en la bomba más que en el pozo. Acre por acre, esos avances
apenas han logrado compensar la caída en el nivel de fertilidad del suelo.
En todas estas divisiones
vemos que se repiten las mismas paradojas básicas: el hombre como conquistador
versus el hombre como ciudadano biótico; la ciencia como afilador para su
espada versus la ciencia como una antorcha para explorar su universo; la tierra
como esclava y sirviente versus la tierra como organismo o cuerpo colectivo.
El mandato de Robinson a
Tristram bien podría aplicarse, en esta coyuntura, al Homo sapiens como
una especie en el tiempo geológico:
Lo quieras o no,
Eres un rey, Tristram, porque eres uno de
aquellos pocos que han
Pasado la prueba del tiempo, y
Que al marcharse dejan un mundo diferente
de como era. Deja tu huella por donde
pasas.
La perspectiva
Me parece inconcebible que
pueda existir una relación ética con la tierra sin amor, respeto y admiración
por la tierra, y sin un gran aprecio por su valor. Por valor me refiero,
obviamente, a algo mucho más amplio que el mero valor económico; me refiero al
valor en el sentido filosófico.
Tal vez el obstáculo más
serio que impide la evolución de una ética de la tierra es el hecho de que
nuestro sistema educativo y económico se aleja de una intensa conciencia de la
tierra en lugar de dirigirse hacia ella. El hombre cabalmente moderno está
separado de la tierra por muchos intermediarios y por innumerables artefactos
físicos. No tiene una relación vital con ella; para él, es el espacio entre
ciudades en donde crecen los cultivos. Si se lo deja libre por un día en el
campo y, si el lugar no resulta ser un campo de golf o un sitio
"escénico", se morirá de aburrimiento. Si los cultivos pudieran ser
hidropónicos evitando la labranza, le sentaría muy bien. Los substitutos
sintéticos de la madera, la piel, la lana y otros productos naturales de la
tierra le gustan más que los originales. En pocas palabras, la tierra es algo
que "ha dejado atrás".
Otro obstáculo casi
igualmente serio para la ética de la tierra, es la actitud del granjero para
quien esta es todavía un adversario o un capataz que lo mantiene en la
esclavitud. Teóricamente, la mecanización del cultivo de la tierra debería
cortar las cadenas del agricultor, pero es discutible si realmente lo hace.
Uno de los requisitos para
una comprensión ecológica de la tierra es el conocimiento de la ecología, y
esto no está de ningún modo incluido en la "educación"; de hecho,
gran parte de la educación superior parece evitar deliberadamente los conceptos
ecológicos. El conocimiento de la ecología no se origina necesariamente en
cursos que tengan el nombre de ecología; es igualmente probable que se genere
en cursos que lleven el nombre de geografía, botánica, agronomía, historia o
economía. Así es como debe ser, pero cualquiera sea el nombre del curso, la
educación ecológica es escasa.
La causa de una ética de
la tierra podría parecer sin esperanza si no fuera por la minoría que está en
obvia rebelión contra estas tendencias "modernas".
El "obstáculo
clave" que debe eliminarse para liberar el proceso evolutivo hacia una
ética es simplemente este: dejar de pensar en el uso decente de la tierra como
un problema exclusivamente económico. Examínese cada cuestión en términos de lo
que es ética y estéticamente correcto, así como también económicamente
conveniente. Algo es correcto cuando tiende a preservar la integridad, la
estabilidad y la belleza de la comunidad biótica; y es incorrecto cuando tiende
a lo contrario.
Por supuesto que no hace
falta mencionar que la viabilidad económica limita la extensión de aquello que
se puede o no hacer por la tierra. Siempre ha sido así y así será siempre. La
falacia que los deterministas de la economía han atado a nuestro cuello
colectivo (y de la que ahora necesitamos liberarnos) es la creencia de que la
economía determina todo uso de la tierra. Esto simplemente no es verdad. Un
cúmulo innumerable de acciones y actitudes, incluidas tal vez la mayor parte de
las relaciones que tenemos con la tierra, son determinadas por los gustos y las
preferencias de los usuarios de la tierra, más que por sus bolsillos. La mayor
parte de las relaciones con la tierra gira en torno al tiempo invertido, los planes
para el futuro, las habilidades y la fe, más que en torno a las inversiones de
dinero. El usuario de la tierra vive de acuerdo a cómo piensa.
He presentado a propósito
la ética de la tierra como un producto de la evolución social porque nada tan
importante como una ética está "escrito". Solo el estudiante más
superficial de historia supone que Moisés "escribió" el decálogo;
este evolucionó en la mente de una comunidad pensante; y Moisés escribió un
resumen tentativo del mismo para un "seminario". Digo tentativo
porque la evolución nunca se detiene.
La evolución de una ética
de la tierra es un proceso tanto intelectual como emocional. La conservación
está cimentada sobre buenas intenciones que han probado ser inútiles, o incluso
peligrosas, porque están desprovistas de la comprensión crítica de la tierra o
de su uso económico. Creo que es un axioma que, en la medida que avanza la
frontera de la ética y pasa del individuo a la comunidad, su contenido
intelectual aumenta.
El mecanismo de operación
es el mismo para toda ética: aprobación social para las acciones correctas;
desaprobación social para las acciones incorrectas.
En términos generales,
nuestro problema actual es de actitudes y herramientas. Estamos remodelando la
Alhambra con una pala mecánica y estamos orgullosos de nuestros logros.
Difícilmente renunciaremos a la pala, que, después de todo, tiene muchos puntos
buenos, pero necesitamos criterios más amables y más objetivos para utilizarla
con éxito.
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Este texto fue tomado de:
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[1] Ensayo de Aldo Leopold publicado postumamente en 1949. Traducido al
español a partir de "The Land Ethic", en: "A Sand County Almanac
with Essays on Conservation from Round River: 237-264. Ballantine, Nueva York,
USA. 1966. Traducción de Ricardo Rozzi y Francisca Massardo.
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